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El poder de un primer beso

Experiencias de primeros besos las hay de todos los colores: besos de película, robados, apasionados, torpes… No importa la edad que se tenga: cuando alguien nos gusta de verdad, el primer beso siempre es un acontecimiento que se espera con ganas e ilusión, por eso queremos que sea perfecto. Planificarlo, sin embargo, es una tarea inútil. Independientemente de nuestra destreza o de las veces que lo hayamos imaginado, el primer beso es un acto indomable que sucede de forma libre e improvisada y que nunca deja de sorprendernos. He ahí su carácter mágico.

Besar, un acto lleno de simbolismo

Al practicar el slow dating, es común que el primer beso llegue después de una serie de intercambios previos basados en la conexión de la personalidad y la compatibilidad de caracteres. Si hasta entonces las charlas y los encuentros han fluido con éxito, será normal que a ciertas alturas hayamos depositado grandes dosis de ilusión y de expectativas sobre esa persona.

Por ello, experimentar nervios en la antesala del primer beso es una reacción totalmente natural y justificada. Lo que desde fuera puede parecer una simple unión de labios, significa en realidad un antes y un después en la historia de los amantes, un acto simbólico capaz de anunciar lo que todavía no nos atrevemos a decir con palabras. Si bien es cierto que un beso no tiene por qué ser determinante, este nos ubica durante unos minutos en un plano de profunda conexión e intimidad con la otra persona.

Besar nos expone, desnuda nuestra sensibilidad y nos devuelve la incertidumbre en forma de respuesta. No importa si la torpeza o los nervios nos juegan una mala pasada; cuando un primer beso está cargado de significado y sentimiento, sabemos descifrarlo y lo guardamos para siempre en el recuerdo.

¿Por qué nos gustan tanto los besos?

Besar es un subidón, de eso no hay duda. Al igual que las drogas y otras sustancias químicas, los besos provocan una serie de reacciones en nuestro cerebro que producen una gran sensación de placer y de bienestar. Al rozar nuestros labios con otros, liberamos dopamina y oxitocina, un cóctel brutal de hormonas que generan apego, deleite y un deseo irrefrenable de no querer parar de besar.

A esta adicción hay que sumar la segregación de serotonina, una hormona que reduce considerablemente los niveles de tristeza y que nos desborda de felicidad. El alivio del estrés o la disminución de la presión arterial son solo algunos de los efectos más inmediatos de este bendito acto.

Ni buenos ni malos besos: cuestión de compatibilidad

Cuidar las formas y preocuparse por besar bien es un detalle que se agradece. Ahora bien, si lo que pretendes es encontrar la técnica definitiva para levantar pasiones, lamentamos comunicarte que no es así como funcionan los besos. Más allá del placer que puede provocarnos el simple contacto, cuando besamos también estamos analizando a través del gusto, el tacto y el olfato la afinidad física que tenemos con la otra persona. Sorprendente, ¿no? Se trata de una acción instintiva que realizamos sin apenas darnos cuenta.

Igual que otras especies animales, los humanos desprendemos olores que atraen más a unos individuos que a otros, y poco podemos hacer al respecto. Al probar el gusto a través del beso, de alguna forma estamos comunicando y dándonos a conocer, lo que explicaría por qué hay veces que nos quedamos fríos ante un buen beso y, sin embargo, no podemos quitarnos de la cabeza otro más sutil, pero de mayor esencia. ¿Quién no se ha quedado alguna vez desarmado ante un beso que le ha llegado a las entrañas?

Como puedes ver, no existen los besos perfectos sino las personas idóneas. Damos tanta importancia a este acto porque tiene el poder revelador de mostrarnos en pocos minutos si estamos a gusto con una persona o si su contacto nos incomoda. Nunca un gesto tan sutil nos había dado tanto.

¡Feliz Día Internacional del Beso!

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